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ORIENTACIÓN
EN LA EDAD JOVEN.
Agustín
Domínguez Amigo. Phil. Dr. *
EL
SER HUMANO Y SU PROCESO DE DESARROLLO
Todos
tenemos experiencia personal del desarrollo y crecimiento del ser humano;
reparamos más, tal vez, en el crecimiento de los otros, pero si observamos
atentamente tres fotografías de nosotros mismos a edades diferentes, la
sorpresa es impactante: ¡nos vemos tan distintos!, más crecidos, más
desarrollados, más hechos. Suele ser más relevante lo físico, pero el cambio
en el mundo interior (criterios, ilusiones, estimaciones, preferencias etcétera)
es igualmente notable.
Cuando
hablamos de felicidad, quede bien claro que no pensamos en una felicidad total,
absoluta. Filosóficamente sería una utopía, propia de ensoñaciones
infantiles. El hombre o mujer normales, por su misma condición, no pueden
aspirar en este mundo más que a una felicidad relativa, a una felicidad que, en
la sucesión inevitable de dichas y desdichas, de momentos felices y momentos
negros, saben disfrutar de las buenas rachas, sin amargárselas con
presentimientos del futuro, y saben encajar, serenamente, los momentos adversos
(como un buen boxeador).
4.
La Naturaleza, sobre todo para la maduración interior, tiene su ley, es la Ley
de las crisis, de las etapas críticas, ley de crisis sucesivas: no vive el
ser humano su proceso madurativo de forma lisa y recta, la vive a través de
altibajos y meandros, como quien cruza una sierra. No importa que el interesado
desconozca esta ley.
Las
fases que atraviesa en cada crisis vendrían a ser, esquemáticamente, las
siguientes:
al
principio el interesado o interesada se resiente de proximidad de sombras,
de dudas, como si fuera a acabarse el camino, como si todo el mundo en que
se apoyaba empezara a resquebrajarse:
se
debate, luego, en confusión y desconcierto, va sin brújula, los valores en
los que creía ya no existen más;
termina
por verse inundado de una nueva luz, nace en él una nueva fe en la vida.
El
ser humano preferiría, por lo que el filósofo llamó "cansancios de
muerte", madurar de forma llana, sin problemas internos (de adultos añoramos
alguna vez "si nunca hubiéramos salido de aquella edad", con
frecuencia los que nos soportan, lo añoran).Pero, la Naturaleza es fiel a sí
misma en todos los seres y, si un grano no fermenta, si no hace crisis en el
seno de la tierra, nunca saldrá la espiga.
2º.
La
Etapa crítica del alumbramiento de la Consciencia, con sus
descubrimientos gozosos y amargos, con sus interrogantes y sus limitadores.
3º.
La
Etapa crítica de la Adolescencia (muy estudiada)
4º.
La
Etapa crítica de la Juventud (¿la veintena?)
5º.
La
Etapa crítica del Realismo vital (¿la treintena?), cuando se disuelven los sueños
tan ilusionados de la juventud, se llamen vida de pareja, llegada de los hijos,
la profesión, la vocación, la amistad...
6º.
La
Etapa y crisis del “mezzo del cammin di nostra vita” (¿la cuarentena y
avanzada la cincuentena?)
7º.
La
Etapa y crisis de la edad provecta. En la actualidad, con los recursos médicos
y dietéticos hasta los 75 y más.
8º.
La
crisis en torno al final. La última crisis que catapulta al ser humano hasta la
madurez posible en razón de los procesos anteriores se sitúa en torno al
momento de la muerte, según la Tanatología. Aquí concluye el ser humano su
obra personal: la que supo y quiso hacer.
6.
Esta rápida visión del proceso de desarrollo del ser humano nos indica
meridianamente las actitudes congruentes:
cada
crisis es deudora de las anteriores: no construye sino sobre lo que recibe y
así las experiencias posteriores serán más o menos dolorosas, más o
menos fructuosas. De aquí la importancia de conocer y vivir (y ayudar a
vivir) correctamente cada una de las etapas y crisis;
aceptar
airosamente la vida como un permanente cambio, frente a la tendencia a
alargar o retornar a edades pasadas, a maneras de ser y ver, propias de
otras etapas. Decimos "esa señora se comporta como una jovencita
haciendo un lamentable ridículo", "ese hombrón está todavía
pegado a las faldas de su mamá"...;
acometer
la vida con una superación constante. Vivimos muchas veces con la ilusión
de "situarnos", es decir, de alcanzar una situación
despreocupada. Tal situación encierra el peligro de dejadez, de abandono a
sí mismo renunciando a la riqueza insospechada de nuestro ser ("ya
tengo para vivir", "ya crié a mis hijos, ya terminé mi misión
en la vida", "ya conseguí un buen empleo..."
entender
la vida como obra personalísima, como un quehacer íntimo, algo parecido a
como una madre gesta a su hijo en sus entrañas, a como un escritor va
concibiendo su obra literaria. No esperar, ni confiar solamente en las
circunstancias, se llamen apellido, herencia, influencias etcétera. Se hace
uno a sí mismo; en las distintas situaciones reflejamos sólo lo que somos.
LA
ETAPA CRÍTICA JUVENIL
En
nuestro ambientes actuales, en circunstancias comunes, puede extenderse entre
los 17 y los 28 años. Importa mucho vivir intensamente esta etapa, porque
pueden restañarse fallas que se arrastran de etapas anteriores (traumas de
infancia, desconciertos de adolescencia...) y porque se pueden cimentar con
fruto las siguientes, único camino para la madurez personal.
Para
vivirla intensamente es lógico conocerla. Pero, ante todo, no hay por qué
molestarse cuando los mayores - padres, maestros, autoridades etcétera - nos
descubren nuestra situación de crisis, incluso con recriminaciones ("no
hay quien te entienda") o con una comprensión compasiva ("esos jóvenes
no saben lo que quieren"). ¡Qué pronto han olvidado su juventud! No nos
acusan de ninguna insensatez, aunque ellos así lo crean. Afirman algo muy
positivo: un estado de crisis, imprescindible para nuestra realización
personal., abierta, ciertamente, al futuro, como todas las crisis. Por tanto, no
hay por qué enojarse, como si repitieran un estribillo molesto; no hay por qué
defenderse, como si se tratara de algo vergonzoso, humillante. Por supuesto,
tampoco hay por qué reaccionar alocadamente "me tienen aburrido, me marcho
de casa, del trabajo, dejo los estudios...".
1.
Para conocer a fondo esta etapa, conviene reconocer los síntomas de la
crisis: son tensiones bipolares que se entrechocan en el interior de uno mismo, como
olas en mar alborotado. Y así
se
pasa de saber luminosamente lo que se quiere, a los momentos de no ver nada
claro ("ahora estos cursos y enseguida a trabajar --- hay muchos sin
colocar, yo no tengo quien me apoye"...)
se
cae desde una voluntad devoradora de propósitos, al derrumbamiento más
negro, porque "no me comprenden", "todas son
dificultades", "esto es muy difícil"...)
se
salta desde los sueños de llegar (a un bonito noviazgo, a una carrera
brillante, a un empleo prometedor, a situaciones inadmisibles...), se salta
a un desinflamiento total, al ver qué largos se hacen los años de estudio,
que fácilmente suben otros, cómo se desvirtúan los ideales de familia, de
amor, de religión, de honradez, de política...
Estos
son los síntomas. No hay por qué desconcertarse: "no soy ningún tipo
raro", "no me pasa a mí sólo", "no soy ningún caso
perdido".
2.Cuando
uno se decide a escapar del atolondramiento, aunque sea por un instante, y a
enfrentarse a esos síntomas
o a las recriminaciones
de fuera, se busca la soledad o el pequeño grupo de amigos. Es en este momento
cuando hay que tener presente, sin dejar resquicio a la duda, que mi Naturaleza
no trabaja a ciegas, que busca esforzadamente un objetivo. Pero ¿cuál?
Esta
no-aparición de la crisis puede deberse
5.
Un
segundo contratiempo, más frecuente que el anterior, es la desorientación:
se está en plena crisis y no se sabe por dónde tirar.
Por
un lado se recela de los mayores, sobre todo, cuando ha faltado esa evolución
de superior a amigo ("ya sé lo que me van a decir", "estoy
cansado de consejos"). Por otro lado se juzga uno a sí mismo de forma
diametralmente opuesta en reducidos espacios de tiempo: se pasa del
autodesprecio a la autosuficiencia.
De
resultas, pueden adoptarse alguna o varias de las siguientes actitudes:
Es
necesario revertirse de coraje, "el coraje de suscitar mis valores
juveniles, mis posibilidades personales, que los tengo y los puedo enumerar, si
me miro con objetividad"; suscitar el coraje cada día, en la seguridad de
que, si yo no advierto el avance, los demás, los que están interesados por mí,
lo advierten enseguida; suscitar el coraje de saber esperar el nuevo día, que
llegará, pero que es condición de la Naturaleza esperar con paciencia, dándole
tiempo, comose lo damos al fruto del árbol. Darle tiempo sin prisas agobiantes,
sin nerviosismos, ni por parte mía, ni por parte de los que están pendientes
de mí. En cada momento hacer su labor: "age quod agis", haz lo que
estás haciendo, ¡a lo que estás!, en cuerpo y alma: si a estudiar, estudia
con todas las ganas, si a divertirte, diviértete de verdad, si a ser cumplido,
a organizar algo, a demostrar lo que vale... como el mejor.
Con
cualquiera de estas salidas sólo se consigue atascar el proceso de maduración,
pero (y puede ser irreversible) infectándolo más y más. Tal vez consigues
olvidar por un momento lo que te inquieta, lo que te atormenta, tal vez
consigues aparentar muy hombre, muy liberada, muy simpática, pero, ¿y la
trampa?... un alcoholizado, un drogadicto, un bueno para nada. Todos hemos dicho
lo mismo: "yo no, yo salgo cuando quiera", pero sabemos que no es así.
Y mis problemas siguen ahí.
No
es este el momento de agazaparse tras razones-excusas, que ni yo mismo creo,
porque sé que les intereso, que me quieren.
Urge
actuar, porque el tiempo pasa veloz, perder estos años es perder una ocasión más
conformadora del ser humano y no hay segunda oportunidad; puede haber algún
remedio, pero sólo remedio.
Y
¿cómo actuar? El aislamiento egoísta, el narcisismo (sobre todo, si se poseen
cualidades relevantes: belleza, voz, dinero...) es buscar certeramente el
fracaso. Porque la Humanidad sólo se hace en continua interdependencia, en
correspondencia mutua, en darse y recibir.
Refugiarse
en compañeros o amigas que están pasando lo mismo que yo, puede ser un
tranquilizante momentáneo, al comprobar que sufren como yo: tampoco a ellos los
entienden, tampoco entienden bien para qué es la vida... Pueden, incluso,
ayudarme a superar algún complejo, pero no me resuelven el problema, por
aquello del ciego que guía a otro ciego.
La
solución puede venir de un libro. Al fin y al cabo, nadie nace sabido. Mejor,
tal vez, de una persona reconocidamente madura. Siempre será precisa la reflexión.
La comida que se tiene, pero no se come, no alimenta. Reflexionar, es decir,
conocer lo que ya se sabe por las Ciencias. No en plan de especialidad; en plan
de persona afectada.
Para
orientarse bastan los hitos que marcan la ruta, como en un paisaje cubierto de
nieve. Conducen a poco los "noes" y es casi lo único que se sabe
decir a un joven. Y las Ciencias insisten en que la Edad Joven tiene unos
valores específicos fantásticos: la vitalidad, la alegría, las ganas de
vivir, el ansia de libertad, la sinceridad, la generosidad, el amor etcétera. Y
es necesario volver sobre ellos, reflexionar.
Madrid,
abril 1999.
*
Agustín Domínguez Amigo. Doctor en Filosofía por la Universidad
Complutense de Madrid. Profesor fundador y emérito de la Universidad Autónoma
de Madrid. Profesor de los Seminarios de
Filosofía
de la Educación: Axiología de la Individuación, del Trabajo y Sociedad, de la
EdadJoven, en las Maestrías de Pedagogía y Enseñanza Superior, División de
Postgrado, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.